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viernes, 16 de septiembre de 2016

Extraña sensación en mis orejas o una conexión

Una conexión de amor

26.   Paseando por el distrito de Barranco

Como rutina de mi vida, y aprovechando el verano, salgo a practicar deporte desde las 5:30 de la mañana, siendo mi destino el distrito de Barranco, quizá era una forma de no verlo, y no escuchar aquellos murmullos esperanzadores, pero aun así, varias veces lo encontré en los malecones barranquinos, minutos antes de las 6 de la mañana.


Verlo antes de las 6 de la mañana en el distrito de Barranco, era sinónimo que estaba saliendo más temprano de su casa, aparentemente se había vuelto a mudar a su hogar de la urbanización Aurora, porque hacía varios meses que ya no veía ingresar a aquel vehículo con el No 14, al estacionamiento del edificio del malecón Cisneros, y mi amiga me había dicho que tampoco lo veía; por eso me intrigaba: 

¿cómo era posible que la mujer aceptara que su marido saliera tan temprano, para verse con otra mujer?,

lo cual contrariaría el supuesto de "los felices 25 años de matrimonio", que ella propagaba por calles y plazas, y él ocasionalmente también lo hacía.

Mientras en mi hogar, seguían las llamadas telefónicas, aun sin poder identificar el número, pero el estilo se modificó, ahora había al otro extremo de la línea una voz que decía “Te Amo”, “Espérame”, “Te Quiero”, hasta que algunos meses después de repente, se escuchaba “Cuídate”, “Discúlpame”, “Perdóname”.

En el mes de Septiembre del año 2008, yo adquirí un celular, el cual estaba aprendiendo a utilizar, mi número lo conocían muy pocas personas, entre ellos nuestro amigo común (Juan), por ello, no me llamó la atención que continuara recibiendo llamadas telefónicas al celular, con el número oculto, y que la respuesta después de una larga respiración y /o algún suspiro, le siguieran el silencio.


A finales del mismo mes, acudí con una amiga, a quien llamaré Clara, a una fábrica de productos femeninos. Ella requería un presupuesto para una importante cantidad de determinados artículos. 

En dicho local, nos atendió un señor de alrededor 35 años, me dijo que era ciclista, y que acostumbraba verme pedalear por los malecones miraflorinos durante las madrugadas; yo acostumbraba a saludar a todos los ciclistas, quienes normalmente pedalean con casco, casacas y lentes, por ello es prácticamente imposible reconocerlos en la vía pública, mientras que yo manejo sólo con una casaca.

El mencionado caballero insistió en conocerme, y  me dijo que solía pedalear con su tío:”el ciclista”, lo cual me tomó de sorpresa, y simplemente me quedé callada.

Luego de escuchar el pedido de mi amiga, se retiró y a los pocos segundos, volvió a sonar mi celular, igual con el número oculto, pero esta vez escuché una vez que me dijo “hola, se dónde estás”, ello me confundió, porque en realidad me parecía un poco peligroso ese tipo de llamadas, optando desde esa fecha, ignorar aquellas sin identificación.

Poema Conexión

27.   Una extraña sensación en mis orejas o una conexión de amor.

Por alguna razón, desde el mes de abril del año 2009, empezó una extraña conexión en los pallares de mis orejas, en el momento más inesperado, sentía como si estas, estuvieran siendo aplastadas, sintiendo un intenso dolor, como cuando presiona demasiado un arete, pero el dolor parecía que era interno, por eso lo consideré extraño, aún más porque nunca utilizo aretes.


Durante todo el año 2009, fueron esporádicos los encuentros con el ciclista, debido a que opté por practicar básquet en las canchas del estadio Bonilla, por la naturaleza del deporte, y la ubicación del lugar, no era posible saber si transitaba cerca.

También solía practicar gimnasia en la parte inferior de los parques Rabin o Reiche, y justo era en esos momentos cuando sentía la presión, porque parecía que eran los instantes en que transitaba el ciclista y no me veía.

Hacia el mes de septiembre del año 2010, una amiga en común, me invitó a participar en un equipo de trabajo, yo ignoraba que el ciclista formaría parte de ese equipo, hasta que lo descubrí.

Apenas el ciclista notó mi presencia, traté de saludarlo sólo con una venia, pero él decidió que podía acercarse, tomarme del hombro, abrazarme y besarme en la mejilla, y así continuó en cada oportunidad que coincidíamos, yo optaba por mantener mis brazos al lado de mi cuerpo, o le estiraba mi mano, pero igual él continuaba abrazándome.

En uno de esos encuentros, en el cual no había alguien cerca, aproveché para preguntarle ¿por qué actuaba así?, el ciclista se mantuvo callado, por ello volví a preguntar ¿cuáles son tus intensiones?, a lo que él se acercó a mi oído y me respondió  “tengo una vida que no puedo dejar, pero te amo”.

Ante esa respuesta, comprendí que el ciclista vivía preso, que estaba condenado a cadena perpetua, que eran ciertas todas esas historias que me comentó la anciana, inspirándome otro hermoso poema titulado “Broma”.


Poema Broma

En mi mente regresaron todos los momentos en que se acercaba a abrazarme, recordando que en algunos era un poco brusco, como si lo hiciera apurado para que nadie se diera cuenta, además como si deseara sentir mi aroma e impregnarlo en su mente, tomando mi hombro y/o espalda de una manera muy rápida, con el fin de abrazarme, cuando en todo ese tiempo nunca lo había visto abrazar a su consorte, a lo mucho aceptaba mantener su mano, cuando era ella la que lo tomaba, pero a los segundos el optaba por retirarla y meter sus manos en cualquiera de sus bolsillos.

También recordé que en una oportunidad, la anciana me había comentado que el ciclista, no soportaba la actitud empalagosa de ella, quien insistía en tocarlo y abrazarlo, especialmente en público, lo cual, para la anciana, era un reflejo que en su hogar no había intimidad, no es normal para una pareja que está casada durante tantos años, que se estén rozando y besando en medio de la gente, eso estaba bien para los adolescentes.

Aquella tarde, fue la última vez que le permití que me tocara el hombro, todas las otras veces que lo encontré, le estiraba mi mano, para estrechar la suya, pero él optaba por acariciarla con su mano izquierda, manteniéndola más tiempo que el normal, hasta que decidí cruzar mis brazos, y sólo inclinar mi cabeza, lo que parece, él aceptó.

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